De niña tuve habilidad para dibujar, pintar con acuarela, modelar la plastilina, tejer, recortar miniaturas de papel, etc.
Los libros para colorear era uno de mis pasatiempos favoritos y me mantenían tranquila dentro de casa. Además cada fin de semana mi tío Güile me regalaba nuevos plumones. Siempre estaba ocupada creando cosas: perfumes, postres, decoraciones … Incluso mis mentiras solían ser muy creativas, pero poco creíbles.
Estaba en 1ro básico, y no hice la tarea de matemáticas, pero le dije a la profesora que sí había respondido cuántas unidades tenían los conjuntos, pero lo escribí con lápiz blanco, ya que no tenía otro. No me creyó y me mandó a mi asiento previo coscorrón.
A los 8 años ya era reconocida entre mis compañeros de curso por mi buena caligrafía y por los dibujos igualitos al modelo original. ¡Claro! porque en aquel entonces, te instaban a copiar en vez de crear.
En las clases de artes nos daban “tema libre”, la compañera que se sentaba tras mío siempre esperaba a ver lo que haría yo antes de comenzar su dibujo ¡casi podía percibir su respiración sobre mis hombros!. Cuando la profesora nos llamaba a su escritorio por orden alfabético, ella siempre iba primero que yo. Entonces su dibujo pasaba a ser el original; y el mío, una copia. ¡Qué rabia! A pesar de eso yo obtenía la calificación MB (Muy Bueno) porque estaba mejor realizada con más tiempo de dedicación, y probablemente más talento.
Desde entonces tengo la firme idea: “COPIA SOLO CUANDO SEPAS QUE PUEDES HACER ALGO TAN BUENO COMO EL OBJETO ORIGINAL O INCLUSO MEJOR” o te arriesgas a obtener solo una calificación mediocre: la S de Suficiente como aquella compañera y lo que es peor, quizá nunca descubrirás tu propio genio y talento creativo.