Que duda cabe que el mundo cambio o mejor dicho, que nos tuvimos que dar el tiempo para cambiar en medio de un escenario lleno de incertidumbre.
El covid 19 a pesar de todo su dolor y sufrimiento, de miles y miles de familias que han perdido un ser querido, vino a remarcar la necesidad, la urgencia, de encaminarnos hacia una sociedad cada vez más colaborativa; con un mayor respeto hacia la naturaleza y con la búsqueda de la felicidad en lo sencillo, lo cual nos impone buscar soluciones, desde el optimismo del intelecto, a temas tan complejos como la descentralización de la urbe y su loco movimiento.
Es tiempo de sentarnos a pensar en las ciudades del mañana, las cuales deben ser capaces, no solo, de poner en valor otras calles, plazas y parques, que hoy por hoy, no son protagonistas en la tarea de redistribuir el movimiento o diluir la masa, las grandes aglomeraciones, sino también avanzar a paso firme en fortalecer el aporte más valioso del gesto de descentralizar, como es la construcción efectiva, viva, de comunidad.
Un barrio o un sector con identidad, que se conoce, que se saluda, que se habla, que se apoya, que toma decisiones, que pone en valor su gestión comunitaria, que es solidaria en su accionar, es en sí un espacio que espanta el miedo, los temores y la desconfianza.
Lo relevante hoy, y tal vez por eso estamos aquí, es poner a disposición de todas las personas u organizaciones herramientas que pueden ayudar a canalizar dicha energía de cambio, y comenzar sin más demora, sin más lamento o añoranza por una normalidad qué no volverá, a dar sentido a una sociedad distinta, en donde la colaboración, la solidaridad y la creatividad colectiva marcarán la diferencia.